jueves, febrero 02, 2012

La lealtad de kevlar

Es un paradigma nacional. En ningún otro país, de cultura occidental al menos, se hace tanto culto a la Lealtad y se la traiciona tan soberanamente. Esta cuestión tan nuestra trasciende los tiempos. Se ve en tiempos de San Martin, en tiempos de Rosas, de Irigoyen, de Perón. Todos ellos con culto a la lealtad, todos ellos traicionados. La traición es un concepto esquivo. Implica una diferencia suma de pareceres. El desleal, o traidor, es aquel que ha cambiado su idea o su visión de acuerdo a la que posee ése al que dice acompañar. El traicionado mantiene su ferrea postura (o supone que lo hace minimamente) y siente el desengaño de la mutación ideológica de ése que decía acompañarlo. El trancurso del tiempo es el mayor destructor de lealtades. Las ideas se templan o se atemperan. Se nublan o se hacen menos neblinosas. Se incendian o se enfrian. Sin embargo, hay otros destructores de lealtades. El primero es la ambición. La ambición nunca es mala dentro de un contexto controlado. Fuera de ese cuadro se convierte en egoismo. En la exaltación del yo. Y eso forma el corpus del traicionado siempre, justo antes de que suceda el acto de traición. Pero el traicionado no reconoce ese tic de su conducta nunca, simplemente porque siempre lo tuvo. El lider de ese "algo" siempre es egoista en cuestiones metafísicas. Por eso es Lider. No acepta el disenso, busca la eliminación de contrastes. A veces los líderes buscan formas democráticas de exterminar con los deslices dogmáticos de sus dirigidos. Busca, con su superioridad intelectual, lograr que el desacuerdo en los otros sea eliminado por los giros intelectuales de la discusión. Otras veces simplemente se ampara en su imagen de fortaleza (la cual nunca puede desacompañar al lider). Es cuando este recurso se repite que el lider empieza a sufrir "traiciones".

De la Lealtad

La lealtad es algo hermoso y complejo. Pero es como el hierro, no como el acero (me permito citar a George Martin, el autor de "Canción de Hielo y Fuego" describiendo a un personaje). "Mientras Robert era como el acero, brillante y flexible, Stannis es como el hierro, oscuro y siempre se parte antes de doblarse". Eso es la lealtad. Algo hermoso, pero oscuro, e imposible de arquear. La lealtad es o no es. No existen distintos grados de lealtad. La lealtad es una y la no lealtad es otra cosa diferente. Y ser leal a alguien es el principal error de nuestro gen nacional. El pueblo fue (y es enigmaticamente) leal a Perón. Perón era un conductor formidable con tremendos defectos y disquisiciones ideológicas profundamente incompatibles. La gente lo seguía igual. Por su imagen de fortaleza. Por su capacidad de generar consenso entre sus dirigidos (de vuelta, con incompatibilidades irreconciliables). Porque supo quien lo iba a acompañar. Los que lo siguieron fueron aquellos a los que jamás se les pidió que acompañen a nadie y a nada simplemente porque no valían nada hasta que llegó Perón y les dio un cuadro ideológico (un cuadro pobre, pero un cuadro al fin): el peronismo. La justicia social.

Claro, esta lealtad pende de un hilo porque trasunta los momentos del conductor. Pero el conductor esta atravesado por sus momentos. Su tiempo. Su edad. Su fe. Su propia ideologia. Su vida. Y esto complica la lealtad de sus dirigidos.

El hombre tiene que ser leal a una ideología. Y dentro de esta, a quienes la comparten y la profesan y la ejercitan dia a dia. Jamas a una persona. Las personas cambian. Las ideas no. Una vez que son texto, ejercicio, carne. Son. Los seres que procrearon esas ideas (un conjunto de seres de una determinada sociedad con particulares situaciones) pueden cambiar, como cambió Perón en su exilio. Pero jamas cambió su idea principal que era proteger a los desposeidos (con la obtención de un beneficio personal o no, el fin es noble).

De la traición

Donde lealtad va con mayúscula, traición va con minúscula. No porque no sea un acto inmenso. Sino por lo que duele. En el traicionado y en la mas de las veces, en el traidor. El traidor siente que lo que hace lo hace por el bien propio, de los demas, y tambien muchas veces, del traicionado. El traidor siente en lo mas hondo de su ser que el traicionado esta errando el camino y que con su traición (a la cual el no llama como tal) ayuda a corregir la situación. El traicionado, un lider supongamos, siente que el que ejerció ese acto cuestionó su autoridad entendida en autoridad ideológica, autoridad dogmática, autoridad patriarcal. Es por eso que la traición cuestiona su orgullo. Mancillado por el error de no haber previsto que en sus filas (en todo lider hay un comandante militar) había un usurpador. Porque todo traidor cuestiona el liderazgo. Y un liderazgo cuestionado es como aquellas películas de abogados donde un testigo dice algo que uno de los abogados no quiere que el jurado oiga y la solución del juez es borrarlo de los registros oficiales. La traición ya se cometió. Los otros liderados ya lo vieron. Y por mas que el traicionado busque las rendijas de la traición en otros y no las encuentre, en la memoria quedara ese acto grabado para siempre generando a futuro las represas que vertiran el agua acumulada. El trabajo del lider se torna difícil y trabajoso si no ha ejercido el liderazgo en base a su conocimiento y su ideología superior y mas "traiciones" han de ser esperadas. Es entonces donde el lider elimina a todos aquellos que le equiparan en intelecto prefiriendo a los mas leales, que suelen ser una mezcla de idiotas peligrosos con chupamedias. Y es asi donde un liderazgo se termina.

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